jueves, 14 de junio de 2012

Prólogo del libro (por Joaquín Sánchez G.)

CEMEX es la propietaria de una fábrica de cemento de Castillejo, que pertenece al término municipal de Yepes (Toledo), y cuyos orígenes arrancan en el año 1911. La planta emplea a aproximadamente 200 personas, entre trabajadores fijos y temporales, y tiene una capacidad de producción de más de 1,5 millones de toneladas al año. Desde su creación (primero con el nombre de Pórtland Iberia, después con el de Valenciana de Cementos, y finalmente bajo los auspicios de CEMEX), la fábrica ha experimentado un proceso constante de modernización, lo que la ha colocado en uno de los primeros puestos en el ránking nacional. Como grupo de materiales de construcción (que incluye las actividades de fabricación de cemento, hormigones, áridos y morteros), Castillejo se sitúa entre las tres primeras plantas del mundo. Con esos datos es fácil deducir que la fábrica ha contribuido de forma importante al desarrollo económico, industrial, social y medioambiental de Yepes, de la provincia de Toledo y de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha.

Tras esta realidad económica hay un puñado de historias humanas de las que me siento honrado formar parte. Como hijo de la Colonia Iberia (el único mérito que me atribuyo), para mí es un orgullo que CEMEX me haya ofrecido la oportunidad de prologar este libro que conmemora el centenario de la fábrica de Castillejo.
Dado que en esta publicación se recogen y resaltan los aspectos humanos de las personas que vivieron y trabajaron en la fábrica, también quiero aportar mis experiencias personales. En la Colonia Iberia viví con mis padres y el resto de mi familia hasta que tuve 27 años, y allí aprendí a convivir en comunidad. Aquellos años influyeron decisivamente en mi pensamiento y contribuyeron a forjar, junto a mis principios humanísticos y al ejemplo de trabajo y honradez que me inculcó mi padre, tanto mi personalidad e ideología como los principios y fundamentos que me acompañarán siempre. ¡Qué pena no tener hoy a mi lado a mis padres, Jacinto e Isabel! ¡Hubieran disfrutado tanto de este momento de recuerdo de un lugar donde fuimos muy felices! Sobre todo, si vieran que incluso colaboro con la empresa en el ámbito laboral…

Mi infancia y juventud en la Colonia Iberia marcaron para siempre mi carácter. Todo lo que he conseguido en la vida allí se fraguó y me siento orgulloso de ello. No disponíamos de grandes cosas materiales (ni siquiera un balón de aquellos que llamábamos de reglamento, ni un bici para ir a los bailes de los pueblos) pero sí teníamos amigos que compartían todo lo que era suyo.

Por aquel entonces, a finales de los años cuarenta y durante la década de los cincuenta, la empresa proporcionaba gratis a todos los trabajadores de la Colonia Iberia una vivienda dotada de luz, agua corriente y el resto de servicios básicos. Éramos la envidia de la comarca pues en aquella época ningún pueblo de la zona tenía esas posibilidades. En contrapartida, los trabajadores de Pórtland Iberia, como se llamaba entonces, eran los más leales que he conocido en mi vida, y puedo hablar de ello con conocimiento de causa.

Yo vivía en las denominadas Casas del Grupo de Empleados. Primero fue en un bajo; años después, en un primer piso. En esas viviendas transcurrió mi infancia y parte de mi juventud, hasta que a los 18 años, más o menos, nos trasladamos a vivir a lo que llamaban La Casa de Don Manuel, que estaba ubicada junto a la Casa de la Hospedería. Dicha vivienda la compartíamos con la familia de D. Ángel Gutiérrez. Ellos ocupaban la parte baja y nosotros la alta, y allí vivimos hasta que mi padre, que entonces era el administrador, se jubiló después de 40 años de servicio incondicional a la empresa.

En la Colonia Iberia vivíamos por entonces 126 familias, que con el tiempo fueron aumentando. En muchos casos, padres e hijos trabajaban para la empresa y era así como conformábamos la gran familia de la colonia. Teníamos incluso un consultorio médico, al frente del cual estaba el Dr. Juan Verza, y que contaba también con los servicios de un practicante, D. José Santos Bello, y de Celia, la enfermera. Había también un economato, cuyo encargado era D. Rafael González; un cine; un kiosco, que regentaba Fermín ; casino; campo de fútbol; piscinas (en un principio, con separación de hombres y de mujeres), y tres comercios privados propiedad de Mario Sandoya, Félix Luján y Visitación Jiménez. Pero lo más importante era que disponíamos de una escuela en la que tanto el material escolar como el comedor eran gratuitos para los alumnos.

En ella impartían clase D. José Llorens (a los chicos) y Dª Magdalena Martínez (a las chicas). Para que no faltara de nada teníamos también una iglesia muy moderna para la época, que resolvía las necesidades espirituales de quienes las demandaban. El sacerdote vivía en una casa aneja a la iglesia. Recuerdo que el primer párroco que conocí fue D. Miguel Roca, que llegó a ser Obispo de Valencia, y que fallecería posteriormente en un trágico accidente de automóvil. Hace unos años se procedió a la desafectación al culto de esta iglesia y al traslado de sus ornamentos y enseres a una parroquia de Yepes. La ceremonia en que se celebró la última misa fue oficiada por el Obispo Auxiliar de Toledo, D. Carmelo. Yo tuve el honor de asistir a este acto desde el banco que solía ocupar de joven. Allí también tomé mi Primera Comunión, aunque entonces no existía la iglesia como tal, sino que se había habilitado el espacio que normalmente ocupaban cuatro casas y durante un tiempo se utilizó para el culto. Recuerdo con simpatía al padre Bolinaga, que por las mañanas temprano tocaba la campanilla por las calles y llamaba a acudir a las misiones.

En la Colonia Iberia aprendí a leer y escribir en la escuela con D. José. Más tarde, bajo el magisterio de D. Celestino, cursé por libre los dos primeros cursos de bachillerato. Pero lo más importante es que tuve la oportunidad de convivir con mis mejores amigos, que todavía lo son: Luís García, Modesto Mora, Felipe Díaz, Francisco Velasco, Rafael González, Bautista Ruiz, Antonio Ávalos, Ángel del Cerro y Pedro Cano , Paco Guzmán, Ángel, José Luis y Eduardo Gutiérrez, Ángel Segovia, Vicente Coronado, Teodoro Cano y José Pastor. A todos ellos me une una profunda amistad. Yo pude estudiar una carrera universitaria. La mayoría de ellos no tuvieron esa oportunidad, pero eso no les impidió ocupar, gracias a su inteligencia y a su formación, puestos de mucha responsabilidad en la fábrica de Castillejo. También tengo un recuerdo imborrable de las amigas con las que formábamos una buena pandilla: Angelines de la Cruz, Mariloli Romasanta, Mariluz Santos , Merceditas Verdugo, Meme y Paqui González Criado, Conchi González y Nieves Cano. Con ellas compartimos un trozo inolvidable de nuestra juventud.

En la colonia había dos días muy importantes a lo largo del año: el 10 de mayo y el 31 de diciembre. El 10 de mayo eran las fiestas y se instalaban puestos y atracciones feriales, había partido de fútbol... Teníamos un equipazo, sobre todo cuando estaba Guzmán, que llegó a jugar en Primera División. Y luego venía el baile, que era todo una acontecimiento y se celebraba en el Frontón. Todavía recuerdo el desasosiego que me producía perderme esos momentos cuando me fui a estudiar a Madrid. La otra gran fecha de la colonia era el 31 de diciembre.Tras la cena de Nochevieja, todas las familias nos reuníamos en el Casino para tomar las uvas y después ir al baile. ¡Qué felices éramos con tan poco! Entre las muchas cosas que tengo que agradecer a mis padres, mi familia y mis amigos en la fábrica es que me enseñaron a valorar las pequeñas cosas y a apreciar el esfuerzo que cuesta conseguirlas.

¡Y cómo no voy a recordar las tardes de los domingos en la que íbamos al cine! Al principio, las películas se veían en una sala diáfana del Casino, que entonces regentaba el Sr. Morera. Yo llevaba una silla pequeña y me sentaba delante de mis padres, que en el descanso solían comprarme una botella pequeña de gaseosa. Años más tarde se construyó un cine de los de verdad, con sus butacas y sus palcos, y me vienen a la memoria las muchas veces que acompañaba a Antonio Ávalos a la cabina para ver cómo proyectaba la película. En otras ocasiones, mis amigos y yo nos sentábamos una fila por detrás de las chicas.

Pero donde yo más disfrutaba era en los partidos de fútbol. Cuando volvía a la colonia de vacaciones solíamos jugar contra los pueblos de alrededor, sobre todo Yepes y Villasequilla, con los que teníamos una gran rivalidad. También jugábamos contra equipos de Aranjuez, y sin querer parecer fatuo debo decir que normalmente ganábamos. Y lo mejor era lo que venía después. En verano, los partidos eran por la mañana, y al acabar de jugar nos dábamos un refrescante baño en la piscina y luego tomábamos el aperitivo en Casa Valentín.

Hace unos días encontré por casa, en la habitación de mi hijo, un álbum de cromos de Primera División. Era, pásmense, de la temporada 1954-55, que coleccioné cuando tenía 12 años. Esos cromos “salían” en unas tabletas de chocolate, y pude completar el álbum gracias a la complicidad del Sr. Rafael, padre de Rafael González Mompó, que cuando me faltaban pocos me dejaba ver al trasluz las tabletas de chocolate para comprobar sin abrir el envoltorio si me faltaba o no el futbolista que venía dentro. Cuando acabé mi primer álbum mandé un recorte para entrar en el sorteo de un balón. Pero no, no me tocó.

También me vienen a la mente otros recuerdos menos agradables. Un 1 de agosto de hace 45 años tuve un accidente, siendo ya de noche, y D. Santiago Calderón me recogió con su coche en la Estación de Ferrocarril y me llevó al “botiquín” (así llamábamos al consultorio médico) para que me prestaran los primeros auxilios. Siempre se lo agradeceré.

Sirvan estos chispazos de la memoria para demostrar que las páginas de gloria de una empresa no solo se escriben con la tinta de los datos y estadísticas; también con el comportamiento y la entrega las personas que hacen posible esos éxitos. Los trabajadores de la planta de Castillejo nunca escatimaron esfuerzos por su empresa, y recibieron a cambio justa recompensa, no solamente con el salario que les correspondía sino con otras atenciones sociales, algunas de las cuales han sido ya reseñadas.

Quede así reflejado, con estas humildes palabras, mi reconocimiento y homenaje a los valores de las gentes de la Colonia Iberia.
  • Joaquín Sánchez Garrido
Extraído del libro "100 años de la Fábrica de Castillejo"
(puedes descargarlo desde aquí)

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